Hace unos dias que he vuelto a Málaga desde mi viaje de novios, tras dar ese salto cualitativo y desde este año también cuantitativo, en la vida de una pareja. Estuvimos haciendo un crucero por el mediterráneo: Barcelona, Mallorca, Túnez, Malta, Palermo, Civitavecchia y Savona.
El barco estaba mucho mejor de lo que yo esperaba: pasillos y puertas anchas, pasarelas para salir y entrar muy planas y con rampas, etc. Claro que en todo no pueden pensar cuando se trata de nosotros: en las excursiones no cuentan con los diversos funcionales (a no ser que lleven una arcaica silla manual y plegable, y estén acompañados por un maromo o maroma que los suba y baje del autobús); las piscinas estaban vedadas para nosotros; y por ser cojos, aunque recien casados, no tenemos en ningún caso derecho a cama de matrimonio y/o camarote suficientemente amplio. Pero por lo demás muy bien. Tras poner estas pequeñas reclamaciones, que por otro lado siempre suelen caer en saco roto, os lo recomiendo si queréis disfrutar de principio a fin de un viaje.
Pero mi artículo no va hoy por ahí, va entre la dualidad desarrollado/subdesarrollado y el cambio de perspectiva según con qué cristal se mire la situación. Resulta que cuando nos acercábamos a Tunez, esperábamos menos medios técnicos que en otros países. Y así fue, ya que para salir del barco, la pasarela dejaba 2 escalones justo al final, con lo que el personal del barco me tuvo que bajar en una silla manual, bajar mi silla de motor, y volverme a sentar en mis 'piés'. Allí abajo, nos encontramos con multitud de gente, algo 'pegajosa', pero muy humana, que enseguida nos quería meter en su taxi (por supuesto, no adaptado), a la voz de:
'Aquí Puerto. Nada. Yo llevo en taxi a Túnez, medina, y ciudad de Cartago'. Y así fue como encontramos taxi y guía que hablaba español, todo por 80€. Para subir al coche, los 150 kg de mi silla, más mi propio peso, hicieron falta 4 personas, que de momento se acercaron. En la ciudad, fue sólo cuestión de parar cerca de una taverna, y buscar otros tantos porteadores, y así, hasta que volvimos puntuales antes de la salida del barco, no sin antes dejar una pequeña propina (la cual normalmente no suelo dejar) por las estupendas 5 horas que nos permitieron pasar a Silvia y a mí.
Tres días después, llegamos a Civitavecchia (el puerto de Roma a una hora de camino), tras nuestro paso por la 'sin-rampas Palermo'. Pues bien, en el puerto tan sólo pudimos encontrar unos taxis para 8 personas, por supuesto sin rampas, por los que nos pedían la friolera de 800€ (10 veces más). Así que cogimos el bus del puerto, por supuesto sin rampa, y nos dirijimos al pueblo. Allí encontramos los mismos 'taxis', a pesar de que en el barco nos aseguraron que encontrariamos algo mejor. Así que decidimos encaminarnos, como otros muchos, a la estación del tren. Tras hablar con unos amables policias, uno de ellos se prestó a ayudarnos y busco a un responsable de la estación, el cual cuando vio mi silla de ruedas, comenzó a mover de un lado a otro el dedo índice de su mano derecha con un ímpetu exagerado. Cuando el policia le dijo que el me ayudaba a subir al tren, el señor de la estación contestó con más ímpetu aun si cabe y dejo cerrada toda posibilidad de entrar en el tren. Pobre de la mujer que entró tras de mí, con su silla de ruedas y su asistente personal. La cara de cabreo sin sentido que se encontró, y el empleado de la estación casi echándola de allí.
Nos quedamos sin ver Roma, sí. Pero vimos Túnez, que curiosamente era la ciudad que creiamos que no íbamos a poder visitar. Los medios técnicos eran los esperados en una ciudad, no en la otra, pero los medios humanos desbordaron toda previsión nuestra.
Un saludo y, a pesar de las dificultades, seguid sentando precedente, que el mundo es también nuestro.