Escritos y comentarios sobre Diversidad Funcional (mal llamada discapacidad) y Bioinformática

jueves, marzo 12, 2009

Sevilla, 12 de marzo de 2009. Un año y medio después...

Anoche, cuando me acostaban, mientras me colocaba en el oido el tapón que me aisla del mundo por unas horas, de nuevo volvía a pensar en lo injusto que es no tener derechos, y lo exahusto, cansado, desesperado e impotente que se siente uno cuando finalmente se acaba dando cuenta.
¿A qué me refiero? -Podéis preguntarme.

Y yo podría escribir una lista infinita:
  • No tenemos derecho a usar el transporte público, y si nos dan ese derecho, ha de ser con condiciones: debes llegar una hora antes que el resto de viajeros, debes ir con un acompañante, no puedes elegir hora porque la hora la eligen ellos, puede que tengas que ir apartado del resto de viajeros, pasando frío en invierno, calor en verano o afixiándote con el humo de algún viajero sin vergüenza, y así un largo etcétera que no te garantiza el viaje. Porque al final, siempre está la opinión del conductor, o su simple destreza a la hora de acercarse a la parada. Con lo que, siempre debes estár preparado para el no.
  • No tenemos derecho a usar el acerado público. Ya no sólo te tapan las rampas con descaro, sino que te aparcan los coches y motos atravesando por completo la acera. Y no pretendas dar lecciones de civismo porque puedes ganarte un "no te parto la boca, porque vas en silla de ruedas", o lindezas similares que acaban consiguiendo tu rendición.
  • No tenemos derecho a entrar en los sitios públicos. Y cuando finalmente encuentras un edificio 'accesible', si las ganas de ir al baño de martillean, puedes tener que aguantar más cuando descubres que el baño adaptado está cerrado con llave "para salvaguardar su higiene". Y cuando encuentras al cancerbero que abre la puerta, el cual te dice "no se preocupe usted, que está adaptado: el water tiene barra", debes callarte cuando un nuevo descubrimiento te hace ver que el baño es usado como improvisado almacén de cajas, sillas y hasta comida, y todo lo demás está a un metro de altura.
  • etc, etc, etc, etc.
Y cuando llegas al refugio de tu casa, una casa que no es la que elegirías en otras circunstancias, pero que al menos te permite creer que aun te quedan algunos derechos, el vecino te despierta de tu falso sueño y te dice que el ascensor que proyectabas poner para acceder a la segunda mitad de esa casa, no puedes ponerlo porque simplemente no te da permiso.

Cada vez mi sentimiento es más claro. El mundo en el que querría vivir es el del vídeo de unos artículos más abajo de este blog, en el que todo son rampas donde los 'verticales' resbalan y se caen, donde los mostradores son tan bajos que los 'verticales' se tienen que partir la espalda para rellenar un formulario o tomarse una cerveza, y donde el que no lleva su propia silla ha de de permanecer de pié en el autobús, que por supuesto lleva la rampa siempre preparada.

Al menos por un día, quisiera vivir en ese mundo. Al menos por un día, quisiera saber lo que se siente al tener derechos.